miércoles, 24 de septiembre de 2008

Reflejos de animal

El hipopótamo lanzaba sus ronquidos como frases de amor pero Lisa sólo se asustaba al verlo. Sus grandes dientes amorfos y su pequeña cola la desesperaban, no sabía como era posible que en aquella playa hubiera un hipopótamo tan grande, tan morado. Ella había quedado en encontrarse con su corcel de oro, pero este seguía corriendo hace horas sin poder llegar.

El hipopótamo esgrimió una sonora sonrisa con todo su corazón y trato que su amor llegara hasta Lisa, pero sus torpes movimientos unidas a su fealdad sólo lograron asustarla más. El estaba triste, su corazón comenzaba a resquebrajarse cuando la veía y sentía mayor soledad al tener al frente suyo y no poder acercarse. En un último intento de amabilidad y demostración de amor, agachó la cabeza y hundió sus ojos hacia la arena mostrándole su lomo, húmedo y grasoso, como quien ofrece asiento a la dama más ilustre y bella de la velada.

Ella sólo podía ver su fealdad externa y comenzó a gritar, a gritar de horror. Intentó coger cualquier cosa posible entre la arena para asustar al animal. Pero no encontró nada. La brisa comenzó a llevarse la arena y ella ya no puedo ver más. Entonces el hipopótamo se acercó lloroso hacia el mar, a ver su reflejo y ver su fealdad. A sentirse miserable, detestado y maldito. La vio por última vez en media de los remolinos de arena y se hundió en el mar.

Se ahogó junto a sus reflejos.

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