miércoles, 24 de septiembre de 2008

Desuniones premeditadas

Catalina no podía dormir, sus manos estaban frías y aun sudaban de tanto pensar. Ya no quería hacerlo pero no podía evitarlo, su mente sólo dibujaba los trazos de lo que había pasado en la mañana. Nunca se creyó capaz de poder hacer algo tan avezado, pero lo hizo. Simplemente lo dijo, más bien lo gritó, y se fue corriendo sin esperar respuesta alguna. No sabía si sentirse mal, bien, triste, alegre, confundida, colérica, amada o rechazada. Se moría por saber que le dirían al día siguiente, sus dedos apretaron con fuerza su sábana y soltó un gemido de cansancio. Las luces ya estaban apagadas hace horas pero sus ojos no podían cerrarse, el viento hacía que su ventana crujiera cada cierto rato y ella no podía concentrarse para dormir. Sólo intentaba ver el cielo, por entre sus cortinas, e imaginar que ahí arriba en el firmamento su mirada podía encontrarse con la respuesta que ella quería escuchar.

Toda la tarde se había estado preguntando si lo que había hecho no le haría sufrir mucho tiempo, se imaginaba sentada al borde de su cama escuchando canciones de Alejandro Sanz y llorando inconsoladamente. Su mente la inundó con un torbellino de imágenes llenas de llanto, de heridas, de dolor y de pena. De repente, se sintió muy triste, avergonzada y hasta humillada. Se puso de pie cogió la primera casaca que tuvo a la mano y salió de su cuarto, salió de su casa. Sus ojos sólo retrataban los pasadizos de su imaginación tanática.

Caminó por esas calles que en la mañana le había dado tanta emoción, ternura y valentía. No se atrevía a levantar la cabeza, quería evitar revivir las escenas de esa mañana. Apuro el paso y no le importó que estuviera haciendo tanto frío, no le importo que la gente se detuviera sólo para verla caminar, aparentemente, sin sentido. Comenzó a correr y sintió un dolor muy profundo en el estómago, sintió una debilidad que le inundaba los brazos y le recorría por las piernas. Comenzó a transpirar por todo su cuerpo, pero ella no se detuvo. Su aliento estaba por acabarse mientras recorría por esas negras calles pobladas de desolación y tristeza, pero, no, ella aguantó hasta el final.

Llegó a la casa de Bruno y no se contuvo, vio que la luz del cuarto estaba apagada y comenzó a lanzarle piedras. Necesitaba verlo lo antes posible, necesitaba decírselo y terminar con esto de una vez. Pero no pudo esperar hasta que él saliera. Gritó, gritó con toda su fuerza: Lo que hoy te dije en la mañana... no es cierto!. Él no tuvo tiempo de asomarse pero escuchó todas las letras completas, sabía que era Catalina, no podía equivocarse. Se quedó echado en su cama y lloró tanto como pudo, lloro hasta quedarse dormido y se despertó con el alba. Sólo entonces, al sentir su cara reseca y sus labios salados se dio cuenta que todo había pasado, se quedó tendido en la cama por unas horas para creer que en ese estado su cuerpo asumiría el dolor con más facilidad, pero eso no pasó. No entendía que había pasado con Catalina, pero ahora no sabía que sentir por ella, en un sólo día ella lo había hecho feliz y miserable. Creía que se había arrepentido de su propuesta pero no estaba seguro. Simplemente estaba seguro que él sí quería estar con ella. Pero ahora, después de todo... ya había comenzado a dudarlo.

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